Cuando acusamos a otro de nuestros fracasos,  si las cosas nos salen mal, o somos infelices, perdemos la identidad. Estamos entregando el poder a los demás de nuestra propia vida. Somos irresponsables, débiles y fracasados, no por culpa de otro, sino por nosotros mismos.

Nada ni nadie será capaz de lograr que no realicemos nuestros objetivos.

No es lo que nos hacen o dicen los otros y ni siquiera la adversidad, o las circunstancias nefastas de la vida, lo que se interponga para que nos realicemos como personas.

Lo que hace que culpemos o nos justifiquemos es nuestra incapacidad.

Para muchos, los inconvenientes, las críticas, entre otras cosas, nos dan más fuerza y más creatividad que nos hace crecer.

Es la percepción de lo que nos sucede, lo que nos hace fracasados o exitosos.

No digo que no tengamos que tener en cuenta la opinión de los demás, eso sería obstinación y necedad. Lo que debemos hacer es analizar si realmente estamos en el camino correcto.

Nunca la opinión de otro tendrá que ser más fuerte que la nuestra, ya que solo nosotros sabemos lo que queremos y podemos realizar.

Estamos condicionados por modelos sociales que nos lavan el cerebro. Si a eso le agregamos que los intereses de otros tienden a torcer nuestro camino, (véase familia, compañeros de trabajo, jefes etc.) nos encontramos ante una lucha por nuestros ideales.

Somos los únicos y absolutos responsables de nuestro destino.

Tal vez, nuestra realización personal le moleste a más de uno, y esto obedece a que habrá quienes compiten por su propia incapacidad. La objetividad nos hará ver la realidad, y si somos capaces, admitiremos nuestros errores y seguiremos adelante con fe en nosotros mismos, sin considerar que el camino es fácil y que todo el mundo nos tiene que aprobar. Al gran maestro Jesús lo crucificaron. No podemos pensar que El no estaba en lo cierto. ¿Qué pretendemos nosotros?