Nos cuesta el cambio, tenemos la impresión de que algo hay que hacer para solucionar lo que sucede y dejamos parte de nuestra vida ilusionándonos de que las cosas serán diferentes.

A menudo creemos que los demás se percatarán de que nos están haciendo daño, simplemente porque nosotros tenemos la mejor voluntad e insistimos perdiendo alegría y esperanzados en que los otros se “den cuenta”. En esta utopía entran parejas, jefes, amistades, etc.
Solo logramos desgastarnos esperando que nos valoren, que reconozcan nuestras virtudes, esfuerzos y lo mucho que hicimos por ellos.
Nos angustiamos preguntándonos ¿Por qué, si di lo mejor de mí?
Entonces pasamos por etapas de dolor, tolerancia, reproches, y finalmente resentimiento, por no lograr el tan ansiado reconocimiento y las disculpas que nunca escucharemos.

Tememos cerrar la puerta a esa situación y bancarnos lo que viene, que es el cambio que conlleva la aceptación de que “no va más”. Esto significa, debo dar vuelta la hoja de mi vida, hacer el cambio ya mismo, y encarar un nuevo capítulo.
Debemos reconocer que hemos nacido sin esas personas y que solo hemos creado una dependencia, que nuestros valores sean reconocidos o no, son nuestro capital, que podemos depositarlo en otro lado, que nunca lo perderemos, es más, lo que viene siempre será mejor ya que no existe la involución.
El nuevo capítulo será más rico en experiencia, por lo tanto con grandes probabilidades de crecimiento.
No seremos la misma persona, ya que el sufrimiento
(si  hemos aprendido algo) nos habrá madurado en algún aspecto, seremos más cautos, menos dependientes y por ende, con más elementos para defender nuestro propio terreno, que es nuestra preciosa vida y que nada ni nadie tiene derecho a empañarla.