Las personas exitosas tienen características dignas de imitar. Ponen empeño, están llenos de entusiasmo porque hacen lo que les gusta, utilizan su creatividad, su intuición, tienen constancia y por sobre todo, de ningún modo creen en el fracaso. Cuando algo les sale mal, toman la adversidad como un trampolín que los hace saltar más alto y con mayor energía.
El secreto está en la visión que tienen del objetivo en cuestión. Su visión es plástica, esto es que se adapta a las circunstancias. Pueden cambiar el rumbo según se presentan las cosas, sin perder dicho objetivo.
Los condicionamientos heredados o los que nos inculca la sociedad, marcan un camino a seguir de acuerdo a esos conceptos, que determinan lo que está bien o lo que está mal, sin tener en cuenta que solo nosotros podemos dirigir los pasos de acuerdo con lo que queremos lograr.
Si no innováramos se estancarían la ciencia y la evolución. Solo podemos progresar si tomamos la experiencia de lo conocido, con un aporte renovador, que tiene que ver con la creatividad individual.
El cambio genera la transformación de lo que ya está hecho, mejorándolo sin anular lo conocido, sino aportando algo nuevo desde nuestro potencial.
Cada uno de nosotros tiene una capacidad única, ya que no existen dos personas iguales.
La mayor traba para el éxito es querer estar seguros. Si hacemos lo que otros hicieron con buen resultado, sentiremos que no hicimos lo correcto, tendremos una sensación de incompletud. El éxito del otro jamás será el nuestro.
Si imitamos los pasos ajenos nos perdemos la oportunidad de mejorar ese resultado, por lo tanto perderemos el entusiasmo que se alimenta con los logros personales.
La carencia de espontaneidad e individualidad, nos convierte en imitadores, en “tibios”. La satisfacción de sabernos capaces de ser nosotros mismos, de despertar el poder creativo para evolucionar, nos hará personas entusiastas y con autoestima, que crean su propio éxito sin temor al fracaso, ya que este no existe. Solo un resultado que se puede mejorar ¡Siempre!