Al igual que nuestro lenguaje hablado el cuerpo se expresa, utilizando un modo que tiene que ver con los gestos, posturas, miradas etc. Está diseñado para la comunicación. Ocupa un lugar muy importante en los resultados, es decir, si nos comunicamos con éxito o no.
Muchas veces ignoramos esto tan importante y creemos que los demás no se dan cuenta si sentimos diferente a lo que decimos.
Nuestro cuerpo hablará sin palabras, pero dirá cosas más creíbles que nuestra voz.
Cuando le preguntamos a alguien…¿cómo estás? Y nos contestan ¡bien! Muchas veces nos da ganas de decirle…¡comunicáselo a tu cara porque no se enteró!
Nuestro cuerpo habla con más sinceridad que nuestras palabras. El no miente, no puede disimular el aburrimiento, el fastidio, el miedo, el entusiasmo, la alegría, etc.
Cuando deseamos saber lo que los demás sienten, observemos más su cuerpo. Si su lenguaje verbal es coherente con sus expresiones corporales, podremos creer que nos dicen la verdad.
La inteligencia social es otra de nuestras inteligencias, es la que nos permite generar empatía con los demás. Es la que genera lo que nos hace agradables o antipáticos, es la que hace que se encuentren cómodos en nuestra compañía. Para que esto suceda, debemos ser auténticos y diplomáticos a la vez. Si somos lo primero olvidándonos de lo segundo, nos encasillaremos en el grupo de aquellos que dicen…yo soy sincero y si no les gusta, es problema de ellos. Lo que lograremos es que nos hagan a un lado.
Si somos diplomáticos solamente, perderemos autenticidad, dando la imagen de falsos y nadie nos creerá.
La diplomacia debe existir por respeto a las ideas del otro, sabiendo aceptar las diferencias con las nuestras.
La conclusión es que debemos perder el miedo a quedar mal, sin perder nuestro centro, pero considerando que estamos tratando con personas respetables que no tienen por qué pensar y ser como a nosotros nos gustaría, priorizando la buena comunicación.