Hablando con una amiga hace un ratito, me inspiré para escribir esta nota. Mi amiga es una persona muy creyente, católica, practicante, pero amnésica diría Claudio María Domínguez, mi gran amigo también. Una está adormecida, y el otro está despierto. Los dos viven realidades diferentes, que no pasan por lo que sucede en sus vidas, sino por el modo con que toman lo que acontece en ellas.

Me contaba mi amiga sus cuitas, diciendo a cada rato “Dios me pone  a prueba…pero ¿hasta cuando?”

La forma de ver la vida  desde el “victimismo” nos muestra un ángulo donde el concepto es: “Nadie padece lo que a mí me toca, por lo tanto mi  vida es una tortura”. Mucha gente vive de ese modo, creyendo que lo que nos toca es un castigo, una prueba, por lo cual Dios mide nuestras fuerzas.

Nada hay más lejos de la verdad, y lo digo desde la experiencia.

A medida que hablábamos con mi amiga, yo le hacía ver que tenía más que yo. (Con respecto a lo económico, que era su gran problema) Poco a poco su discurso fue cambiando y como no le di lugar para que se sintiera mal,  empezó a contarme sobre otras situaciones que también están sucediendo en su vida, y que son positivas. El tono de su voz, de pronto una carcajada, las palabras que utilizaba y hasta lo que podía percibir de su rostro que seguramente tenía una

sonrisa, demostraba que su perspectiva había cambiado. Estaba viendo otro lado de su vida, que formaba parte de la totalidad, o sea el medio vaso lleno.

Muchos ven el medio vaso vacío y padecen una enfermedad muy común, la pandemia de nuestros tiempos, que se llama “VICTIMITIS”

A medida que evolucionamos dejamos de ver lo que nos falta, para ver lo que tenemos. Y esto lejos de hacernos necios, nos hace sabios, porque genera una química, que levanta nuestra inmunidad, y nos hace más creativos e inteligentes.